Qué tan efectivas son las vacunas? cuáles son sus verdaderos riesgos?… una vez que ocurra algo con nuestros hijos a causa de las vacunas, quién responderá por los daños ocasionados a su salud? una vez muertos….. quién responderá por las consecuencias?
Las vacunas son, sin lugar a dudas, uno de los más grandes avances que la medicina nos ha regalado. Cada año, y según cifras de la Organización Mundial de la Salud, la inmunización evita entre dos y tres millones de muertes en todo el mundo. Gracias a estas inyecciones se ha conseguido erradicar la viruela, y hay otras patologías que, si bien no han desaparecido por completo del mapa, están muy controladas gracias a las vacunas, como la poliomelitis, el tétanos o el sarampión, entre otras.
No obstante, y a pesar de que los datos nos dicen que 1,5 millones de niños mueren cada año a causa de enfermedades que serían evitables con una simple vacuna, según UNICEF, lo cierto es que hay padres que deciden no vacunar a sus hijos. Se trata de una moda, una tendencia, o una convicción -según se mire- especialmente extendida en Estados Unidos.
Muchas veces, los padres deciden no vacunar a sus hijos basándose en mitos erróneos pero altamente extendidos (como el bulo de que la vacuna trivalente estaba vinculada a un mayor riesgo de autismo), o en función de experiencias que han vivido a raíz de los efectos adversos de las vacunas que, aunque son altamente infrecuentes (al menos los más graves), sería faltar a la verdad negar su existencia.
«Las vacunas son productos biológicos, y en general son muy seguras, pero no dejan de tener un riesgo, como cualquier producto que se introduce en el cuerpo», explica a EL MUNDO Maria José Álvarez, directora de vacunas.org, la página de la Asociación Española de Vacunología.
Aunque en España el movimiento antivacunas no es tan fuerte ni tan mediático como en otros países, sí se pueden encontrar casos de padres que son reacios a este producto. EL MUNDO ha contactado con varias familias que han vivido experiencias dramáticas que ellos atribuyen a las vacunas. Es el caso de Federico Sánchez, que hoy preside la Asociación de Afectados por las Vacunas, cuyo hijo, según cuenta, «empezó a sufrir convulsiones después de que le administraran la vacuna Infanrix hexa® [una vacuna hexavalente], del laboratorio GSK». Posteriormente, le diagnosticaron encefalopatía. Murió hace ahora un año.
Sánchez establece una relación directa entre la enfermedad de su hijo y su posterior muerte con la vacuna de GSK. Y lo hace así porque, según ha relatado a este periódico, tras el fallecimiento de su hijo, envió una muestra de dicha vacuna a un laboratorio estadounidense, donde la analizaron, y concluyeron que «tenía entre un 30 y un 200% más de hidróxido de aluminio de lo que indicaba en la ficha técnica».
Antes de morir, a su hijo le realizaron un test genético, mediante el que comprobaron que el pequeño «no desintoxicaba bien los metales pesados». Desde entonces, Federico y su mujer han cambiado radicalmente su visión respecto a las vacunas: su hijo las tuvo todas, incluso las que no eran obligatorias, pero ahora tienen una niña de siete meses a la que han decidido no inmunizar. «Si tu niño se muere por culpa de una vacuna, ¿cómo voy a vacunar ahora a mi hija? Sería un loco».
La historia de Luis Gasco y su familia es parecida a la de Federico, aunque sin un desenlace fatal. Según cuenta, «a los tres días de administrarle la vacuna de los 18 meses [no recuerda exactamente cuál entre todas las que se ponen a esa edad] a mi hijo, le dio una reacción autoinmune que le dejó tetrapléjico». Como Federico, él ve una clara conexión entre la vacuna y la enfermedad de su hijo, pero esta vez, explica, con más motivos, porque en el propio diagnóstico que le dieron al niño se hace referencia a la vacuna: «encefalitis aguda diseminada post-vacunal». Después de éste, Luis ha tenido otra niña, a la que ha decidido no vacunar. Él afirma que no es un antivacunas per se (de hecho, sus tres primeros hijos tienen todas las vacunas, y el cuarto las recibió todas hasta los 18 meses), pero que ha tomado esta decisión «por miedo a los efectos adversos».
Según Ildefonso Hernández, presidente de SESPAS (Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria), este tipo de casos son «muy raros e imprevisibles» y sostiene que, en ocasiones, se producen «hechos coincidentes que se atribuyen a la vacuna porque coinciden en el tiempo».
«A mí me parece que la gente que no vacuna a sus hijos los somete a un riesgo de enfermedades graves», opina Álvarez, quien cree que muchas veces, estas personas «se informan a través de páginas web donde no hay datos basados en la evidencia».
«El asunto es muy delicado», opina Hernández, quien considera que no hay que «paternalizar la información, que tiene que ser muy clara». Precisamente, ésta es una de las grandes quejas que tiene Gasco: «El problema es la mala información que hay, te dicen que como mucho cogerá fiebre, y eso es falso».
Gasco recalca que él no es «ningún hippie o friki ecologista» y que, de hecho, no descarta vacunar a su hija más adelante, o si se fueran a vivir a otro país, sino que su decisión es una «opción de cálculo de riesgos: prefiero el riesgo de asumir una varicela o un sarampión a una tetraplegia o incluso la muerte. Una vez y no más». Mientras tanto, Gasco apunta que M., su hija, que ahora tiene cuatro años, está sana, y «ha tenido las enfermedades propias de todos los niños».
A este respecto, Hernández apunta que «si no nos vacunáramos sería un desastre», y recuerda que «el 1% que no se vacuna se beneficia de la vacunación del resto». Gasco afirma ser consciente de esto: «Si todos dejáramos de vacunarnos, volveríamos a tener otro tipo de epidemias», dice.
«Me parece perfecto que el 99% de los padres opte por vacunar a sus hijos, pero que alguien se atreva a cuestionar una decisión en un contexto de riesgo me parece una temeridad», resume este padre. Pero a nadie se le escapa que su opción es una vía ciertamente polémica y, en la práctica totalidad de los casos, no avalada por la comunidad médica. Sin ir más lejos, hace pocos días, el Nobel de Medicina de 2011, Jules Hoffmann, sostenía que «no vacunar es un crimen». Gasco se muestra tajante con esta afirmación: «Que venga y me lo diga con mi hijo al lado. No se puede frivolizar con esto».
A raíz del caso del niño no vacunado en Cataluña que ha contraído difteria -lo que ha hecho que la enfermedad reaparezca en nuestro país después de 29 años ausente- se ha generado un debate sobre si la vacunación debería ser obligatoria o no, independientemente de la opinión de los padres. Hernández, quien subraya que «los riesgos de las vacunas son muy bajos», apunta que él no lo vería bien: «nuestras leyes tienen previstas emergencias de salud pública en las que sí sería necesario hacerlo, pero en un estado normal, yo no sería partidario».
Ante esta cuestión, Gasco responde que «si se toma la decisión de que vacunar es una cuestión de Salud Pública, y por tanto, es obligatorio, el Estado tiene que responder subsidiariamente de los problemas derivados de los efectos adversos de la vacunación». «Eso es lo que se hace en los sitios en los que es obligatorio, allí tiene que haber una compensación ineludible», opina Hernández. En cualquier caso, este experto en inmunología asegura que «siempre» recomendaría vacunar, y recuerda que «tenemos un calendario de vacunación bastante sensato, completo y adecuado».
Quizás el problema sea que los contras de las vacunas hacen más ruido que los pros, porque lo bueno ya es considerado como normal y es, además, menos llamativo que lo malo. «La prevención tiene esa dificultad, y es que los beneficios no son palpables. Nadie sabe lo bueno que es y las muertes y enfermedades que está evitando el buen funcionamiento del calendario vacunal». En definitiva, para este médico (y para muchísimos más), «ser antivacunas no tiene ningún fundamento». «Yo siempre recomendaría vacunar: como médico, y como madre», concluye Álvarez.
Fuente: http://www.elmundo.es/salud/2015/06/05/556f5df5268e3e93438b4595.html?cid=SMBOSO25301&s_kw=googleplusCM